miércoles, 7 de septiembre de 2011

Léolo

Ahora sé que no estoy solo en este mundo, que ya hubo alguien antes que yo creciendo en los brazos del ensueño y mamando de las cenizas que caían como polvo desde el tejado de su locura. Que cagaba versos infinitamente bellos del color de las tiras de carne desgarrada que le servían viscosas para el más romántico onanismo. Que dejó de vivir el día que dejó de amar, que nunca se atrevió a amar por un miedo que le volvía loco, que en más de una ocasión pudo verse a sí mismo actuando demasiado mal y forzado en la eterna, lúcida, brumosa, plastificada y tenebrosa película de la vida. Ya nunca dejaré de temer la vida ni me ahogaré con mis sábanas. El tesoro seguirá allí abajo, brillando encostrado entre las encías picadas del mismo río sucio que me devora a cada instante... pero ya no nadaré solo, nunca más volveré a hacerlo solo, ya no. Me bajé de los hombros de mi hermano y nunca más volví a patear las montañas mirando a los demás con desprecio. Seguí escribiendo, esperando a que mi amor, mi dulce amor, mi único y verdadero amor, saliese del armario con su luz resplandeciente y me susurrara al oído aquella retahíla de palabras engarzadas. Aquella que guardaba el pueril secreto que Léolo y yo compartimos, pero que nunca podremos contar a nadie más. Porque, después de todo, hemos acabado en la misma sala común del hospital, esa que cercena nuestro ramillete de venas verdes por la esperanza de ser distintos, la sala común que hemos de compartir con nuestra familia, con el resto de los locos. Léolo se rindió y ya nunca más pudo ni quiso volver a soñar. Yo sé que algún día me rendiré y acabaré bañado en su mismo hielo. Sé que la vida acaba con uno mucho antes de que uno encuentre la muerte. Jamás aprendí a vivir en este mundo y ahora sé que no soy el único. Sé que hay personas que sufren, pero la droga del alma es indeciblemente más devastadora que cualquier laxante de pecados en forma de polvo, de pastilla o de alcohol. En contadas ocasiones me había quedado sin palabras ante una película, pero sólo esta he sido capaz de comprenderla hasta con las uñas de los dedos de los pies. No me queda más que agradecer a Jean-Claude Lauzon que muriera artísticamente delante de nosotros y pintara con su sangre el más bello cuadro en verso que se haya pintado jamás. Poco después murió su carne de forma trágica, pero él ya se había vaciado por entre estos fotogramas. Léolo es Lauzon, y sé que yo soy Léolo. Cualquiera que sea Léolo al ser vomitado encima por esta cinta será Lauzon, y yo seré esa persona.

En este pedazo de alma hay mucho más que un montón de imágenes toscas y cálidas regadas con música sensual y cebadas con palabras que evocan imágenes sensuales regadas de música tosca y cálida. En este pedazo de alma colectiva presenciamos la muerte del artista en detrimento del alimento de la vida. Barton Fink era el creador que nos mostraba la vida de la mente, que guardaba celoso el fruto de sus meninges y le arrebataba a Dios lo que no era de nadie porque nadie se atrevía a solicitarlo para él. Barton lo hacía. Léolo, en cambio, arranca y arruga cada pedazo de papel después de haberlo garabateado. No guarda nada porque su celo no tiene sentido en ese mundo. En ese mundo uno sólo puede permanecer flotando entre la mierda durante un breve periodo de tiempo en el que sueña que ama y escribe para recordarse que aún sigue vivo. Pero si Barton Fink suicidaba su talento al descubrir que no tenía talento —porque no se le reconocía ningún talento—, Léolo arroja bien lejos, fuera de sí, su talento para sobrevivir y se entrega a la locura de una vida normal en la que no necesita ningún reconocimiento por parte de nadie y el talento además le hace llorar. Es la otra cara de una moneda que nos hemos tragado y después habremos de cagar, no sin antes apretar bien fuerte. Gracias Lauzon por haberme mostrado que no estoy solo, que tú también anduviste a gatas tras los finos tobillos de aquella morena de luz de luna. Y que ahora no nos queda más que el dolor punzante de ese pecho henchido de orgullo en el que creímos, pero que no nos dejó más que la pena de haber vivido una mentira que, de cualquier forma, siempre fue mejor que la realidad de ser uno más.

1 comentario :

  1. "Sé que la vida acaba con uno mucho antes de que uno encuentre la muerte."

    Conmigo no podrá o si lo intenta, me aislaré del mundo. Me compraré un faro y viviré ahí.

    Porque sueño.

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